miércoles, 24 de septiembre de 2008

restos de mí mismo este miércoles con cero trabajo y nueve horas para hartarme de mí mismo y hartar a los demás

no hay sol en el cielo. ha salido un ratito a mediodía pero se ha escondido el resto del tiempo. gotas a las tres y cuarto, paraguas negro plegable y ganas de volver a casa

cambié las sábanas y puse las de color azul marino. soy una mancha triste encima del mar. una manta vieja de color granate. las noches enteras para mí. desaparecer sin dejar rastro

no hay sol en el cielo pero a veces hay algo que me estalla en el corazón. quizás es el sol, sí, quizás es una estrella, quizás son más de cien kilos de amonal. lo mejor es dejar de pensar y, sobre todo, dejar de esperar que suceda algo. una nube de gases incandescentes que revolotea en el pecho a borbotones

las distancias insalvables con la gente que quiero. la dificultad de tener una comunicación fluida. lo fácil que me resulta encerrarme en mí mismo. la piel es la cárcel y el mundo está muy lejos. cero ganas de recorrer kilómetros a través de desiertos para mendigar un poco de amor triste

tarde de fútbol y galletas. tarde de hervir mijo para mañana. tarde de distraerme pensando en coches bomba y los goles de seis en seis. tarde de volar en pirotecnias y mandanguitas que me distraigan

como por ejemplo, recuerdos: el campari con sol en la nariz y cerca del mar. se cree uno que está en la piscina de un cuadro de hockney aunque esté en un bar del raval o en un estudio povoriento. de blanco y con una educación exquisita, con las piernas cruzadas perfectamente y ajeno al mundo, vaciando botellas hasta caer de espaldas

el campari necesita sol. necesita una rodaja de naranja. necesita una conversación o estar solo con uno mismo. necesita un momento de intimidad. necesita haber follado la noche antes y sentirse un poco sucio y despeinado

y entonces, perder el tiempo. con el aire que esta mañana olía a mermelada de melocotón caliente, doradísima y dulce, ideal para no adelgazar y perpetuar ese exceso de grasa que nos hace humanos y para nada divos o divas. qué cansancio de perfección ante el espejo y con los labios fruncidos

cierro los ojos. escribo desordenadamente lo primero que se me pasa por la cabeza, saltando de un recuerdo a una barrera de coral. la costra de sal que sabe a mar después de nadar. sal que sabe a verano. cuando empieza el otoño todo se aleja un poquito, creo