viernes, 19 de septiembre de 2008

las necesidades, mis necesidades, cambian constantemente, llenándome de tensión. cualquier día es una montaña rusa que no se atreve a terminar. la felicidad dura un segundo o diez —el tiempo que dure la caída—. por el contrario, la tristeza es infinita, como un campo blanco hecho de suave material plástico

la apatía es una cuna amable y tibia. cada día a dormir más temprano, intentando detener la inercia de los cuerpos que caen, la fuerza centrífuga en las curvas. el día se reduce a un millón de deseos insatisfechos. extrañamente, todo lo que necesitas está allí, al alcance de tu mano, pero no te atreves a dar el paso necesario

porque todas las palabras son iguales y todas son igual de insuficientes. más allá de mi piel no existe nada y mi discurso, mis preguntas, se estrellan contra una pared sucia de mierda. sí, como un cuadro de tàpies, con la única diferencia del anonimato. debería dejar de hablar, esta vez sí

qué nos está sucediendo? a veces pienso que morimos hace tiempo, que ahora sólo somos capaces de recordar aquella brizna de vida que teníamos antes entre las manos, cuando aún éramos capaces de sentir algo único, verdadero