lunes, 28 de abril de 2008

el teléfono es un animal callado encima de la mesita de noche. un cordón umbilical eléctrico que alimenta su corazón de litio, bombeando despacito. no quiero pensar en él. así, las llamadas pendientes y los mensajes sin responder sedimentan en un polvo fino que me hace sentir culpable. me siento culpable por casi todo. siempre es así y cada vez es más ridículo. debería reeducarme antes de que se me note demasiado. no sé hacer que las cosas sean perfectas y que duren para siempre. tarde o temprano se acaba viendo que no

gente que conozco desde hace un millón de años pero que cada vez son más extraños para mí. creo que ya no entiendo ni el idioma que hablan y tampoco hago nada para que esa situación cambie. la relación con mis jefes es amigablemente distante. ya no espero nada más. he echado a andar, alejándome irremediablemente del punto de partida. hoy llovía un poquito al salir del trabajo. uno se podía resbalar en las esquinas, pero no, tampoco

un tipo que conozco desde hace años habla en la televisión. con un micro delante, divaga acerca de lo importante de los trenes de alta velocidad a lleida y tarragona. sobreimpresionado, su nombre: josé luis pérez. la última vez que nos vimos, él estaba en la acera de enfrente a la mía. nos separaba un semáforo en rojo y diez metros de asfalto en la carretera de barcelona. absolutamente nada más. termino de ponerme los calcetines, ocho y diez de la mañana. después viene el resto de cosas, así, sin orden. pensar en la rutina de los días que pasan y cambiarle las cosas de sitio para que sea un poco más entretenido estar aquí