martes, 18 de marzo de 2008

salgo a las ocho del acupuntor. he dormido durante casi toda la sesión, en una nube confortablemente anaranjada y caliente. al salir, el aire frío de la calle me recorre la espalda. al final de la calle, una pizzería abierta

todos depositamos nuestros sueños en cosas así de peregrinas. los dueños le hacen fotos a un local recién inaugurado, sin nadie dentro, pulcro, aséptico. un rótulo con un teléfono de servicio a domicilio. un nombre que ya no recuerdo. dos hornos de leña y una chica gorda que sonríe. por dentro es de obra vista. acelero el paso. quiero llegar a la herboristería para comprar azuki. pablo, el acupuntor, me ha dicho que esas legumbres son bien toleradas en general por cualquiera con problemas digestivos. usted puede probar —siempre me llama de usted—, porque con miedo no se puede vivir. además, miedo y estrés van siempre juntos y usted se lo nota. yo asiento con la cabeza y con un ruido que parece un sí lejano mientras me visto. prepárelas como si fueran lentejas, y sonríe. ya me dirá cómo le van

hojas de laurel que rompo con los dedos antes de