lunes, 10 de marzo de 2008

leo a claudio magris, pero lo leo en diagonal porque, en el fondo, no me interesa demasiado. o sí, pero tampoco demasiado. matar el tiempo con el danubio o con cosas peores

eso sí, sueño con claudio magris. en mi sueño, él es teniente de la wehrmacht y está en el frente oriental. yo a veces me cuelo en su casa para meter zapatos en bolsas de plástico que anudo con cuidado y escondo debajo de las camas, detrás de las estanterías. las camas siempre están deshechas y siempre están vacías, como si durmieran personas invisibles y calientes que se desordenan en un millón de habitaciones, porque la casa es grande, mucho, casi infinita. casa de puertas y más puertas, casa laberinto sin sol. y nunca hay nadie, tan sólo la sombra de claudio magris, teniente de la wehrmacht en el frente oriental. y fotos de chicos jóvenes en bicicleta

amo esa casa porque es casi mía a tiempo parcial. a veces me escondo y veo a esos chicos en el parque de enfrente. me siento en un banco, muy cerca de un viejo inmóvil, y simulo conversar con él. los hijos de claudio magris conducen bicicletas de color turquesa y color naranja —colores que nada tienen que ver con el frío cerca de moscú— y se peinan con raya al lado. chicos que se abrochan todos los botones del polo y siempre piden las cosas por favor. yo sigo con mis conversaciones con el viejo que no se mueve. apoyo mi cabeza en su hombro y tengo la sensación de tener el mejor escondite que existe, el amor

un milisegundo antes de que suene el despertador, claudio magris ha vuelto del frente y está sentado en el sofá. habla en un idioma que no entiendo y me mira. estoy allí, entre todos sus hijos sonrientes y llevo en la mano una bolsa de plástico con un zapato dentro. la puerta está abierta y querría marcharme de allí, pero tengo miedo a un millón de cosas